A sus 54 años nos abre la puerta con una enorme sonrisa, como hace cada día desde hace 18 años para recibir a cientos de alumnos. Una sonrisa que ahora dibujan sus ojos y que esconde su mascarilla. Es Fernando Rodríguez Fernández, el guardián del colegio Buenavista en Huércal de Almería.

Mucho ha llovido desde que acabara de cursar lo que entonces conocíamos como octavo de E.G.B y abandonó el que había sido su centro educativo desde que era un niño de apenas cinco años. Entró en el año 1972, cuando el CEIP Buenavista llevaba apenas algo más de dos años educando entre sus paredes a cientos de niños del municipio. “Había abierto en enero de 1970. Entonces, cuando yo llegué, donde ahora está la biblioteca estaba parvulitos de cinco años”, relata. Una vez terminada esa etapa y tras pasar por el instituto decidió no seguir estudiando y se dedicó a trabajar con su padre. “Vendíamos agua de Araoz; agua a granel tanto en Almería como aquí, en Huércal”, recuerda.

A principios de la década de los 2000, que desde el punto de vista social es también la década en la que la implantación masiva de internet y los teléfonos móviles cambian las relaciones sociales para siempre, Fernando también cambia algo, decide dar un giro a su vida y se prepara unas oposiciones. “Entonces era cuando Huércal empezó a crecer y el Ayuntamiento convocó oposiciones para muy distintos puestos. Yo me presenté como conserje, también a las de barrendero y a las de basurero”.

Fernando muestra con orgullo el monolito sobre el que se esconde una cápsula del tiempo enterrada en el 50 aniversario, cuando se eligió también el escudo del centro.

El 3 de julio del año 2003, Fernando volvía a sus orígenes, a aquel centro en el que “hice mis primeros amigos, daba mis primeros pasos, como quien dice”, afirma. El colegio Buenavista, en el barrio de Las Zorreras, que también es su barrio de la infancia. Pero ahora volvía para ser compañero de trabajo de quienes muchos años atrás le ayudaron a aprender, sus profesores. “Cuando llegué Ana Torres todavía daba clases aquí. Ella fue mi profesora. Al verla me dio mucha alegría. Recuerdo que le pregunté si se acordaba de mí”, sostiene. Pero los profesores a lo largo de toda su trayectoria profesional imparten clases a miles de niños, recordarlos a todos… Tarea difícil. “También es que yo no era ni de los de las primeras filas ni de los de atrás. Nunca me ha gustado destacar, ni por bueno ni por malo”, apostilla. Para él, regresar al centro y hacerlo como conserje fue un regalo. “Quién me iba a decir a mi que iba a volver. Fue una satisfacción enorme, como si me hubiera tocado la lotería”.

Nos enseña el centro en la actualidad, recordando cómo ha cambiado todo desde que él comenzara a estudiar en este colegio hace medio siglo.

En la actualidad, quedan pocos, pero aún hay conserjes que viven en casas construidas hace décadas dentro de los centros educativos, lo que tiene sus ventajas y sus inconvenientes teniendo que estar 24 horas al día en el lugar de trabajo. Fernando nunca ha vivido en el centro. Tiene su propia casa fuera de él en la que convive con su esposa. Pero el conserje anterior, que ya está jubilado “sí vivió aquí. Su casa estaba en lo que hoy es el aula matinal y lo que da cabida a la sede del AMPA esa era la casa del antiguo director”, recuerda.

Mientras hablamos con él, hacemos un pequeño recorrido por algunos rincones del centro. “Mira”, me dice cuando estamos en una de las aulas de infantil. “¿Ves esas losas del suelo que son distintas? Ahí estaba el escenario. Hacíamos obras de teatro. A mí me daba mucha vergüenza, pero me gustaba verlos. Lo pasábamos muy bien. Se hacían cosas muy bonicas”, recuerda.

El colegio Buenavista tiene más de 400 alumnos matriculados y casi una treintena de profesores. Todos son como una gran familia. “El ambiente es muy bueno. Yo trabajo muy a gusto con mis compañeros. Nos llevamos todos muy bien. Y, como es lógico, algunos se van a otro centro y vienen nuevos profesores. En poco tiempo es uno más”, relata feliz.

Le encanta su trabajo, sobre todo las relaciones humanas.

Y si es buena la relación con los profesores, ni qué decir tiene con los alumnos. Se conoce el nombre de casi todos y ellos le tienen en muy alta estima. Algunos piensan que es el director y los hay que van más allá y piensan que es el dueño del colegio. “Uno de los alumnos me preguntaba un día, ¿ cuánto te ha costado el colegio, Fernando? ¿30.000 euros?”, nos cuenta entre risas. “No solo daba por hecho que me lo había comprado, sino que le puso hasta el precio”, exclama riendo al recordarlo.

Entre sus funciones se encuentran las de mantenimiento del centro. “Siempre hay algo que hacer”, explica. De hecho, su horario es de 8 de la mañana a dos y media de la tarde cada día de lunes a viernes, y los lunes por la tarde también acude al colegio durante dos horas y media. “Antes porque había muchas tutorías, ahora con la pandemia eso ha cambiado, pero se aprovecha para arreglar alguna cosa que con los alumnos dentro del centro no puedes”, agrega. Puentes, navidades, Semana Santa, verano… son momentos de “soledad”. Los alumnos abandonan el centro y él se queda solo. “Al principio es duro, pero yo me hago una lista con las cosas que tengo pendientes y al final me faltan días”, explica.

Cuida cada detalle del colegio como si de su propia casa se tratase.

Algún “susto” se ha llevado también en estos años como conserje. En alguna ocasión ha tenido que llamar a la policía porque alguien había saltado la valla y había intentado robar “pero viendo que no había mucho que llevarse se fueron, pero no sin intentar forzar alguna puerta”, explica. Aunque eso no ha sido lo peor. Lo más trágico ha sido “cuando algún alumno se ha caído. Una vez a uno tuve que llevarle yo al centro de salud para que le dieran puntos. Eso es lo peor. Los sustos con los alumnos”, añade.

Las relaciones humanas son con lo que más disfruta. «Hay buen ambiente, me llevo bien con todo el mundo», asegura y dice que, si su salud se lo permite, estará allí hasta su jubilación. «Es un buen trabajo, a mí me gusta, me relaciono bien con los padres y con los alumnos», agrega. Es un hombre noble, que pese a no tener hijos le encantan los niños y relacionarse con la gente. “Mi madre tenía una tienda y creo que como siempre hemos interactuado con la gente, me gusta mucho. Yo lo disfruto”. De hecho, eso es lo peor que lleva de la actual crisis sanitaria. “Los abrazos. Ya no puedes abrazar”, concluye.

Fernando, el guardián de su colegio, el que todos los niños conocen y respetan, el que saluda a los niños por su nombre, el que hoy es ya «una institución», como dicen muchos padres. Una pieza clave que hace girar la rueda del buen funcionamiento del colegio Buenavista.

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